
ADELLE
SUSANA PAGANO

Serena quietud en aguas que presagian tormenta. La laguna se mira como un espejo, de tan calmo. La serenidad del viento da cobijo al silencio. La quietud con que las nubes se mueven en el cielo dictan el compás de lo que ha de venir. El llano se extiende hacia el horizonte, plano, verde, infinito. Y allá donde parece que termina se funde con el cielo. Una joven mujer permanece sentada en la tierra. Tiene los ojos cerrados y su respiración es pausada. Espera algo. O a alguien. El sol es suave con su piel porque aún es temprano, hace apenas un par de horas que salió por el horizonte. La casi inexistente brisa es fresca, agradable. La chica siente una gran placidez. Hace mucho que no era tan feliz. No quiere abrir los ojos, desea permanecer un rato más así como está, en relación íntima con la naturaleza. Después de un momento se deja caer de espaldas sobre la hierba. Qué bien se siente estar ahí recostada con el rostro hacia el cielo. Poco a poco abre los ojos y mira las nubes, encuentra mil formas en ellas. E inventa otras tantas historias. Podría permanecer así por mucho tiempo. El infinito casi. Siente un pequeño jalón en el vestido. Abre los ojos para encontrarse con los de su madre. ¿Otra vez soñando, Adelle? La chica niega con la cabeza y vuelve a cerrar los ojos. Estoy esperando a que llegue. ¿A que llegue quién? Él, responde, dijo que nos veríamos aquí. ¿Aquí? Pregunta su madre un poco confundida y voltea a ver las cuatro paredes de la habitación en la que vive su hija postrada desde hace más de año y medio, después del accidente en la carretera. Él está muerto, Adelle, dice la madre con un nudo en la garganta, y tú estás aquí, en cama tendida desde que… Hay muchas nubes en el cielo, madre, y quiero que él las vea cuando llegue, son muy hermosas. Hija… Pero la madre ya no se atreve a decir más. No son sueños, madre. Y la chica se incorpora de la hierba mientras lo ve acercarse a lo lejos. Aquí es donde nos quedamos de ver en aquella ocasión, ¿te acuerdas? Sí, responde el chico, aquí es donde nos vemos siempre, todo el tiempo. La madre sale un momento de la habitación para llamar a los demás, al esposo y los otros hermanos. Ya es tiempo, les dice, y regresa para sentarse al lado de su hija, luego le acaricia la frente sudorosa. El padre finge una fortaleza que está muy lejos de sentir y los hermanos se miran entre sí, confundidos. Adelle, en cambio, mira al chico y le dice: anda vamos. Se toman de la mano y se alejan juntos por esa pradera llena de colores mientras la madre besa la frente de su hija y llora.