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NESSUN DORMA, O LA FUTURA NOVIA

SUSANA PAGANO

John_Everett_Millais_-_Ophelia_-_Google_

Ofelia (1852) - John Everett Millais 

Pasaba ya de la media noche cuando se empezó a escuchar el Nessun Dorma. Se escurría inquietante por los callejones del pequeño poblado medieval. La voz de la soprano retumbaba en una pared y otra como si chocara contra ellas. 
     La gente comenzó a abrir las ventanas de sus casas. Se asomaban y se miraban entre ellos, cuestionándose. Era como si la música viniera desde algún punto imposible porque nadie podía ver instrumento, cantante u orquesta alguna de donde salieran las notas musicales. 
Hombres, mujeres, ancianos, niños se volcaron a invadir los estrechos callejones con esa curiosidad morbosa que da el miedo. Buscaban por detrás de las puertas, de los árboles y de las bardas a medio derruir por el tiempo y el olvido. 
      No encontraban a la dueña de la voz que no cesaba en su empeño por cubrir con su manto melódico los rincones del poblado. Y en cuanto terminaba el punto clímax del aria, el canto reiniciaba como un disco que vuelve al punto de partida con terca insistencia. 
      Los vecinos murmuraban entre ellos. No sabían qué significaba semejante prodigio pero podían especular. 
      Y les gustaba especular. 
      Es el anuncio de una gran desgracia, empezaron a decir. 
      O quizás es el presagio de un regalo divino, insistía algún optimista perdido a quien nadie hacía caso. 
      Lo cierto era que la extraordinaria voz recorría las paredes de las viviendas como si las acariciara, envolviéndolas en un velo de sedosa armonía. 
      Alguien reconoció entonces la voz.
      Era de la futura novia. 
      El siguiente sábado de esa misma semana estaba programada la boda de la última soltera del pueblo. Una chica demasiado joven y la mar de hermosa. De rasgos finos y suaves, de mirada inquieta y sonrisa ardiente. Una belleza en juventud y esencia. Todos sabían lo bien que cantaba desde pequeña, un don natural, un regalo divino. 
      No hubo habitante del pueblo que decidiera esperar a ver qué sucedía. Todos cogieron teas, antorchas, velas, lámparas de querosén y se arrojaron a las calles en búsqueda de la más bella de las novias. 
Salieron los más jóvenes y los más viejos, los de mediana edad y las solteronas. Hasta los niños de pocos años se empeñaron en buscarla. Atravesaron el pueblo y llegaron hasta el río pasando por una parte del bosque buscando siempre a la de la voz melodiosa. 
      No encontraban nada pero seguían escuchando el Nessun Dorma que se repetía una y otra vez como anhelo de esperanza. 
      No fue sino hasta el amanecer que hallaron su cuerpo flotando en las aguas del lago. Navegaba pacífica y lentamente sin rumbo fijo. 
      Con los ojos cerrados y el pecho quieto. Sin respiración pero con la beatitud reflejada en sus facciones. 
     Fue el novio quien se metió al agua para recuperar a su prometida que vestía con naturalidad su flamante traje de novia. 
      Te ves hermosa, le dijo. 
      Salió del lago llevando el cuerpo en los brazos y el peso del alma partida en trozos en la espalda. 
      El silencio envolvía a todos los habitantes del poblado que contemplaban la escena con reverencia y pesar. 
   Pero no fue sino hasta que llegaron a la iglesia cuando se percataron de que al fin había dejado de escucharse el aria del Nessun Dorma.

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